El sector automotriz está en plena tormenta: electrificación, movilidad compartida, normativas ambientales cada vez más estrictas, startups chinas comiéndose cuota de mercado a toda velocidad. Y en este caos, Volkswagen ha decidido que no piensa ser el próximo dinosaurio industrial. Por eso ha anunciado una inversión de 1.200 millones de dólares en inteligencia artificial hasta 2030.
No es un titular más para calmar a inversores. Es un plan de reprogramación corporativa.
¿Dónde va a parar esa montaña de dinero?
- Vehículos inteligentes: no hablamos solo de coches autónomos, sino de vehículos que aprenden de cada trayecto y ajustan su rendimiento con cada kilómetro.
- Fábricas digitales: gemelos virtuales que optimizan tiempos, energía y materiales, reduciendo costes y emisiones.
- Cadena de suministro resiliente: automatización, trazabilidad y capacidad de anticiparse a crisis globales como la de los chips.
- Ciberseguridad: proteger un parque móvil que, en unos años, será básicamente una red de millones de ordenadores con ruedas.
Además, VW se apoya en Dassault Systèmes y Catena-X para crear un ecosistema de datos compartidos entre fabricantes y proveedores. Traducido: dejar atrás los silos industriales y entrar en un modelo de colaboración digital sin precedentes en el sector.
El punto crítico
La pelea ya no es quién produce la mejor batería o el coche más rápido. La batalla está en quién construye el cerebro digital que controla el coche y toda la cadena que lo fabrica.
Volkswagen lo ha entendido: o se convierte en una empresa de tecnología con ruedas, o será irrelevante en la próxima década. Y si una compañía de 90 años con toneladas de legacy se atreve a dar este paso, ¿cuál es la excusa de las empresas que siguen posponiendo su transformación digital?


